Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

lunes, 3 de febrero de 2014

La alucinación de una mano o la esperanza póstuma y absurda en la caridad de la noche

Una mujer se acercó a mí y en sus ojos

vi todos mis amores derruidos

y me asombró que alguien amase aún el cadáver,

alguien como esa mujer cuyo susurro

repetía en la noche el eco de todos mis amores aplastados

y me asombró que alguien lamiese en las costras

todavía

tercamente la sustancia que fue oro,

aquello que el tiempo purificó en nada.

Y la vi como quien ve sin creerla

en el desierto la sombra de un agua,

la amé sin atreverme a creerlo.

Y la ofrecí entonces mi cerebro desnudo,

obsceno como un sapo, obsceno como la

vida,

como la paz que para nada sirve

animándola a que día tras día lo tocase

suavemente con su lengua repitiendo

así una ceremonia cuyo sentido único

es que olvidarlo es sagrado.

 

Leopoldo María Panero.




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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