Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

viernes, 7 de febrero de 2014

El riachuelo

Los besos caen por la frente,

recorren la nariz,

se precipitan gota a gota

entre los labios,

se derraman por el cuello,

se remansan un momento

en la concavidad del esternón,

y fluyen luego libres, rumorosos,

por el valle de los pechos,

serpenteando en busca del ombligo,

donde giran en hipnóticos meandros

antes de acabar desembocando

en el umbroso bosquecillo

del paraíso inguinal.

 

Y de ahí los recupero

a lengua llena

y me los llevo aguas arriba

para volver a empezar.

 

Roger Wolfe.






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