Me sentaba en el pretil y juro que volaba.
Los ojos cerrados y el corazón ya en la boca,
nada me pesaba.
Ninguna mano, ninguna cuerda me lo impedía.
Volaba.
A veces extendía los brazos mucho
y las puntas de mis dedos pellizcaban una nube,
por eso llovía hasta que flotaban colillas.
El suelo era un dibujo borroso y lejano,
la misma nada .
Todo lo importante, la calma seguida de truenos,
los susurros que crean sonoras risas,
las verdades que engañan penas...
Todo, todo empezaba y concluía allí.
No te miento, algún día subiremos los tres
hasta ese trozo de cielo:
tu vértigo, tú y yo.
El Lu.