Amar es huir del mundo para refugiarse en
unos brazos
que sepan del dolor que jamás compartiste
y, entonces,
en ese nuevo abismo abierto,
cerrar los ojos y querer para adentro.
Es dejar caer la ropa blandamente,
murmurar su nombre a las puertas del
misterio
y sentir cómo su mano te adentra en él,
no sin oprimirte un poco, como es debido.
Amar es desear sus labios y tenerlos
prodigando abundancia.
Y escuchar que la palabra cede al gemido,
centímetro a centímetro, poro a poro,
mientras te vas fundiendo como la cera en
el caldero.
Es derrochar el cuerpo con el salvajismo
en que animal y hombre son la misma cosa
jadeante, enardecida. Y apurar el trago
cárnico
de la copa traslúcida
como si fuese la última vez.
Es sentir, adentro, el torrente que fluye,
quemando
sin querer detenerse.
Y quedarte un instante suspenso
para escuchar crepitar el fuego
de tu hermosa perdición.
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