Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

martes, 21 de enero de 2014

Zamira ama los lobos

Zamira ama los lobos.

Yo quisiera ir con ella a buscarlos

a las tierras más altas,

donde los robledales rojos de Sotillo

han perdido sus hojas en las fuentes,

allá donde los caballos

beben el agua helada de las cascadas

y se espera la nieve

como una bendición.

Tú y yo estamos en este hospital

esperando a la muerte.

No la muerte tuya ni la muerte mía,

sino la de aquellos que nos dieron la vida.

Y éstos, ¿a quienes pasarán,

cuando mueran, sus muertes?

Tú y yo esperando el final,

El vacío del límite,

mientras la vida brilla y tiembla entre nosotros

como un cuchillo inocente.

Y es que, esperando la muerte de los otros,

esperamos, un poco, la muerte nuestra.

Quizá, por ello, Zamira ama los lobos.

Quizá, por ello, yo deseo también

salir a buscarlos con ella este mes de diciembre

a los páramos altos,

a los prados remotos.

Y podríamos ver los espinos,

y las brasas de sangre del sol

en mimbrales morados.

Puesta ya en nuestros ojos

la venda de la nieve,

que no pensemos más, que ya no nos deslumbre

el acre resplandor de los quirófanos.

Zamira ama los lobos,

quiere escapar del laberinto de piedra y cristal

del dolor.

Zamira: partamos y no regresemos.

 

 Antonio Colinas.



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