En la cama,
con las manos cruzadas por detrás de la cabeza,
con la ventana abierta,
sé
que mis amigos me vendieron
como carne en la carnicería,
que mis amigas tenían muy buena cara
pero muchas puñaladas;
y sé
que ese coche
que está aparcando
no lo conduzco yo,
que ese perro
que ladra
no es mi perro,
que ese niño
que grita
no es mi hijo,
que esa mujer
que se ríe
no es la mía,
que esa puerta
que se abre
no es la de mi portal,
que esa persiana
que se baja
no es la de mi habitación;
y sé también
que pronto oscurecerá
y que yo, una vez más, un día más, no tendré
ni fuerzas
ni ánimos
para levantarme
y encender
la luz.
David González.
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