Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

jueves, 13 de marzo de 2014

Corazón

Desperté y un corazón latía al otro lado de la cama, estaba oscuro y acerque mis manos hasta él. Estaba tibio y pesaba apenas algo.

Y sentí miedo de aplastarlo, tuve miedo de dañarlo, con delicadeza toque las venas, el tejido y me dieron ganas de besarlo.

Lo acerque hasta mi boca, le susurré palabras que ahora no entiendo, lo cubrí de besos y lo contemplé.

No pude evitar llorar, mis lágrimas corrían hasta mi barbilla y de a poco tocaban al corazón.

En un instante se había vuelto tan pesado y yo quería colocarlo donde nadie le pudiera causar dolor.

Cerré los ojos y me entregué a su ritmo, al embriagante latido.

Escuché al corazón suspirar profundo y abrí los ojos… había desaparecido, ya no estaba. Dejó mis manos vacías, dejó mi pecho abierto, dejó un eco que retumba entre mis dedos.

Latidos en mis manos de un corazón perdido.

A veces cierro los ojos y lo siento dentro, perdido.

A veces lo toco en algún pecho ajeno.

A veces me llora quedito y me empapa las mejillas…

Es que yo amo los latidos de un corazón perdido, de un corazón de otro tiempo.

 

 Mercedes Reyes Arteaga












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