se las llevó todas puestas.
Sacó del extremo convulso una apetencia imposible.
Luego, llegó al presente:
Te asomo a mi boca,
te obligo y me obligas a reconocer lo inexacto.
Me bebo tus ángeles y sediento pido tu celo más abrupto.
Te tumbas sin sueños,
te agitas y brindas tu último gramo a mi tempestad.
Me vuelves aliento de ficus y baño de inusitada fe.
Te inclinas... me inclino...
lloramos lo alegre en nuestra piel.
Rafael Saravia.
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