Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

jueves, 9 de octubre de 2014

Petite morte

Se fue sin prescindir de las bóvedas; 

se las llevó todas puestas. 


Sacó del extremo convulso una apetencia imposible. 

Luego, llegó al presente: 


Te asomo a mi boca, 

te obligo y me obligas a reconocer lo inexacto. 

Me bebo tus ángeles y sediento pido tu celo más abrupto. 


Te tumbas sin sueños, 

te agitas y brindas tu último gramo a mi tempestad. 

Me vuelves aliento de ficus y baño de inusitada fe. 


Te inclinas... me inclino... 

lloramos lo alegre en nuestra piel.





Rafael Saravia.








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