Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

lunes, 28 de julio de 2014

Encuentro




Que se fundían, te lo digo yo,
las luces a su paso, te lo juro
como si fuera el Sol.

Que te quedabas patidifuso cuando aparecía,
sin pronunciar palabra, boquiabierto,
y luego ella venía, con su porte
de diosa antigua, y te decía: "¡Hola!",
y el mundo se encendía de repente,
y se encendían todos tus sentidos,
y le decías:"¡Hola!", y tu saludo
te quemaba los labios, y os mirabais
como si Dios (que entonces existía)
os hubiese encargado a ti y a ella
cortar la cinta de inauguración
del planeta. Que aquello fue increíble,
pero fue todavía más tremendo
cuando dijiste: "Amor, ¿qué te apetece?",
y ella dijo: "Pues eso: amor; sin hielo",
y te quedaste mudo por un rato,
mirándola a los ojos, degustando
el panorama de lo que tenías
enfrente, de aquel cuerpo hecho de nube
y de carne a la vez, mezcla de hada
y de golden retriever, de aquel cuerpo
donde latía el corazón más puro
y aleteaba el alma más hermosa
que hubieras conocido nunca.




Luis Alberto de Cuenca.












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