Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Los accidentes no existen

Se muerde el labio, accidentalmente.
Sangra, se limpia con la lengua el sabor ferroso.
Piensa en la infancia, se le ha hecho tarde y se angustia.
Sigue sangrando: saca su pañuelo del bolsillo trasero
y se presiona el labio herido mientras piensa:
qué torpeza, lastimarse así, de esta forma.





Gabriela Arguedas






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