Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.
Se deja de querer, y es como el ciego que aún dice adiós, llorando, después que pasó el tren.

martes, 23 de septiembre de 2014

Confesiones de un adicto

La poesía es la madre de las drogas.
Sin ella no habría vicios ni abusos.
Los alcohólicos no verían elefantes rosados,
ni flores los jipis.
En la calle los piedreros no mendigarían y los cocainómanos se acostarían temprano.
Por eso la poesía sobrevive clandestina por vía intravenosa, esnifada, ingerida o aspirada.

Pero los hay que la consumen en su estado puro y pronto se vuelven adictos de la peor calaña.

Seres despreciables en la esquina contemplando un semáforo en rojo, un perro con pulgas o simplemente los adoquines hexagonales del boulevar.
Es deprimente verlos en las bancas o buses leyendo.
No tarda mucho en aparecer el síndrome de abstinencia cuando los deberes los alejan por un instante del vicio. Entonces mandan el sistema a la mierda y mascan versos en la oficina para soportar el ruido de las impresoras y fotocopiadoras
Los adictos a la poesía —mal llamados poetas— se reúnen ocasionalmente a consumir sus palabras.
Se creen los seres más dichosos sobre el planeta cuando deducen que las musas o un enjambre de voces ha bajado, o subido, (dependiendo de la posición orbital) a revelar profecías y cánticos épicos.
Más de uno cae en cama ante la severidad de su intoxicación.
Otros pierden sus empleos y amigos con tanto exceso.
Quien entra al mundillo poético difícilmente saldrá a menos que choque en moto o reciba el Premio Nacional de Poesía en más de cuatro ocasiones.

Al final el poeta -para seguir utilizando el eufemismo- sobrevive con sorbos de lluvia cayendo de su cabello.

Con migas de pan encontradas en el camino y ratas de Hamelín en invierno
Es en noches ventosas que el adicto sufre terribles convulsiones accesos de ira y lucidez que expulsa por vía renal u oral.
Una materia viscosa se adhiere a las paredes sobre todo al papel.
Entonces ocurre lo más asqueroso.
Se tragan su propio vómito o materia fecal y caen de nuevo extasiados por el efecto de sus propias palabras
No vale la pena exaltar esta vida.
Podrían terminar como pequeños dioses huérfanos en una calle sin salida con fondo de reguetón mientras esperan estúpidamente el próximo Bigbang.


Diego Mora.












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