muertas, palabras rotas, sangre seca, direcciones
ilegibles, llaves oxidadas, silencios.
Pero que eso hoy no nos importe, que no nos impida
enumerar las razones que tenemos para vivir.
Brindemos pues por esta bendita lumbre: la vida, esta
casa en los acantilados de la que somos huéspedes,
este vals con el sepulturero.
Brindemos, aunque sea invierno, porque hay primaveras.
Brindemos por los presos, por los heridos, por los enfermos.
Brindemos porque logramos ir al asombro como al aire, porque hemos averiguado el sabor del agua en lo oscuro y cómo muerden los dientes verdaderos,
porque hay puentes y océanos
y misterios y multitudes y siembras y planetas.
Brindemos por los viajeros que en un segundo se cuentan todo con los ojos.
Brindemos porque es posible convertir la vida en palabras, las
palabras en vida.
Brindemos por la transformación.
Brindemos porque podemos hacer, hacer, hacer.
Brindemos por los momentos que justifican la existencia, por lo que permanece,
por las marcas indelebles como cicatrices al sol.
Brindemos por las resistencias, por los motines, por los fugitivos.
Brindemos por los que llegan a tiempo al amor y por los que no.
Brindemos por los que no saben, o no pueden, o no quieren brindar.
Brindemos por el recuerdo de los buenos, y por el viento que dispersa las cenizas.
Brindemos con una copa unánime por saber siempre ofrecer, como hoy, un ramo de flores a los vivos.
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